lunes, 27 de julio de 2009

Sacrificios veraniegos

¡Por fin la he encontrado!He tardado más de dos semanas pero creo que ésta es la definitiva. Después de rebuscar durante días en las páginas de la red, de preguntar a todos mis conocidos, de consultar a algún especialista en nutrición... llegó la solución.
Como siempre pasa en estos casos, el boca a boca es la mejor forma de propaganda, y comprobar los resultados en personas de carne y hueso y no en modelos de la talla 34 anima mucho.
La dieta que he decidido seguir dura ocho semanas, por lo que según mis cuentas, a principos de junio ya estaré preparada para lucir los modelitos veraniegos.
La primera semana de dieta siempre es la más difícil, acostumbrar al estómago a sobrevivir a base de verde cuando está acostumbrado a engullir hamburguesas y pizzas es una ardua tarea. El mío debe ser especialmente cabezota pues se niega a colmarse con hortalizas. A cada momento me pide hidratos y grasas... por no hablar del chocolate.
Lo primero que me ha prohibido mi nuevo régimen es la leche y sus derivados (un alimento que aborrezco y del que no me importaría no volver a saber nada en toda mi vida), lo siguiente ha sido el pan, esa masa de miga que tan bien combina con las salsas, y con el chorizo, y con los huevos fritos, y... ¿hay algo con lo que no combine? En principio no creía que esto supusiera un problema, pero he descubierto que cada vez que voy al supermercado mi olfato me guía directamente a la panadería. No falla, voy a comprar champú y al llegar a la caja me descubro pagando una baguette,calentita y crujiente. La cerveza es la bebida tabu de todos los regímenes. No es que el zumo de cebada engorde, sino su acompañante, y no me refiero a esa espumosa capa blanca, sino al pinchito con que obsequian los camareros.
Una cosa que me ha sorprendido mucho es que también queda prohibida la sal, el aceite, el ajo, la cebolla y cualquier otra especie. El resultado son comidas quemadas ¿quién es capaz de freír un leguado sin una gota de aceite? yo no. Todas las noches me peleo con la sartén para intentar lograr que suelte mi comida.
Otra cosa que he descubierto es que algunas frutas engordan ¿quién podía imaginarlo? la manzana, el plátano y la chirimoya han sido vetadas. Ahora me conformo con naranjas ácidas (a las que no puedo añadir azúcar) y fresones fuera de temporada.
Lo que sí puedo ingerir en cantidades industriales son aceitunas ¡ojo! sólo las que tienen huesos, (a saber porque esta discriminación). Es el alimento que mi dieta me permite comer entre horas (siempre que no sea ni una hora antes ni después de la comida). Estoy harta de ellas, pero son mis únicas aliadas contra la gula y creo que hasta que mi cuerpo no empiece a fabricar aceite no hay peligro.
Los huevos, la carne roja, el pescado azul, el embutido, la pasta, los frutos secos, los bollos y las gominolas también han desaparecido de los armarios de mi cocina.
Que ¿cómo consigo no morir de inanición? muy sencillo porque se me permite comer toda clase de verduras y ensaladas sin lechuga, si esa hortaliza también engorda.
Mi conclusión es que si este régimen surte efecto no es porque me obligue a llevar una alimentación equilibrada, ni siquiera porque me haya suprimido las grasas, ni porque me ha descubierto un mundo de la verdura que jamás imaginé que existiera. Si funciona es, porque como todas las dietas, porque me hace pasar hambre.

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