viernes, 27 de febrero de 2009

El final del camino

Todo ha terminado. Por fin puedo respirar tranquila (bueno respirar). Mientras veía como despegaba el avión en mi boca se dibujó una amplia sonrisa. ¡Ya era hora! Durante los próximos días volveré a ser libre. No es que pida demasiado, poder dormir toda la noche de un tirón sin que el teléfono me despierte cada hora es algo que mi cuerpo necesita para funcionar. Esto ocurrió durante todas las noches de la última semana. En lugar de dormir, a Cris le dio por pensar y a las tres de la madrugada me llamaba para decirme «lo siento pero no me caso, creo que Alberto no es el hombre de mi vida» entonces comenzaba un monólogo en el que enumeraba cada uno de los defectos (imaginarios) de su novio, «que no recuerde el cumpleaños de tu gato no es un defecto», solía decirle yo adormilada. Tras colgar el teléfono (tengo que admitir que no sé decirte como finalizaban estas charlas nocturnas y normalmente descubría que la conversación había acabado cuando volvía a sonar), Cris seguía dándole vueltas a su dilema y unos segundos después volvía a llamarme, «no sé lo que me ha pasado, claro que me caso estoy muy enamorada» y volvía a su monólogo. Al tercer día, estuve a punto de grabar la conversación y dejarla junto a su mesilla de noche con una nota ante la duda pulsa play pero luego recordé que estaba sometida a mucho estrés y era normal que acudiera a mí para desahogarse.
Las llamadas a altas horas de la noche no eran las únicas que recibía. Me metía en la ducha, sonaba el fijo, subía al bus, sonaba el móvil, llegaba a la oficina y la tenía en espera... ¡el cielo me estoy ganando! solía decirme a mí misma para no gritarle a mi amiga que el que su abuela hubiera robado el novio hacía cincuenta años a su prima del pueblo no lo consideraba un problema a la hora de organizar las mesas. En lugar de eso gruñía por lo bajo y le recordaba que la demencia senil de doña Juana jugaba a nuestro favor.
La noche anterior a la boda se produjo la gran crisis. ¡Alberto lo ha descubierto! chillaba una voz en mi oído. Atónita, no lograba entender a qué se refería, mi cerebro funcionaba a destajo para lograr recordar que pecaminoso secreto escondía Cris. «Tiene un amante en el armario» no, ella nunca haría esto, «¡está embarazada!» tampoco eso lo sabría... «abrió el armario y...», «¡mierda es el amante!» pensé horrorizada. «Y... ¡vio el vestido!». La carcajada salió de mi garganta antes de poder atraparla, «y no le gusta», me aventuré a decir. «Nooo ¡es que trae mala suerte!». Escudriñé la habitación en busca de micrófonos y cámaras «tiene que ser una broma». Pero no lo era. Eran las seis de la mañana cuando por fin Cris entró en razón y decidió que no era tan grave, ya que ella había elegido el traje de él.
Pensar que estará casi un mes a miles de kilómetros de distancia me hizo sentir feliz, muy feliz. Quizá me traiga algo bonito de Asia, pensé mientras subía a mi coche.

jueves, 26 de febrero de 2009

Una noche inolvidable

Ha llegado el momento de la venganza. Entre mis quinientas obligaciones de dama de honor se encuentra la preparación de la despedida de soltera y pienso aprovechar esta oportunidad para tomarme la revancha. Es el momento de ridiculizar a la novia, de disfrazarla de conejito de playboy, de hacer que sobre su pecho cuelgue una banda del estilo «antes muerta que soltera», hacer que pase la noche bebiendo de un biberón gigante con forma de pene y de que coma con la boca la imprescindible tarta obscena.
Contrariamente a lo que ellos piensan, pasar la última noche de soltera en un tugurio lleno de humo sobando a chicos sudorosos y ciclados no es el sueño de todas las mujeres.
La despedida conlleva casi más trabajo que la boda y todo debe estar perfectamente planeado para que esa noche se convierta en una noche imborrable en la memoria de la novia. En realidad yo no entiendo por qué Cris tiene tanto interés en celebrar «su última noche de libertad» ya que lleva viviendo dos años con Alberto. Desde mi punto de vista, su vida no va a cambiar mucho por dar este paso, pero cualquier excusa es buena para montar una fiestecilla. Lo primero que hay que tener en cuenta es a las invitadas, y con ello no me refiero al número sino a su edad, estado civil y grado de consanguinidad. Las casadas con hijos son las más peligrosas, porque llevan tanto tiempo sin salir de juerga que al llegar a la discoteca conquistan la pista de baile al ritmo de la Macarena. A las divorciadas se les controlan las copas pues están tan enfadadas con los capullos de sus ex que suelen pasarse con el alcohol y retozar en los rincones con chavalitos que podrían ser sus hijos. A la madre, abuela y sobre todo a la suegra es mejor vetarlas. Un café por la tarde es más apropiado que una noche de desenfreno. Que tu suegra te vea flirtear con un desconocido, es algo que lamentarás toda tu vida (o la suya mejor dicho), no dirá nada a su hijo, le quiere demasiado como para darle ese disgusto sin embargo, a ti te odia hasta el extremo de aprovechar cualquier oportunidad para recordarte esa noche durante los próximos treinta años (eso con suerte). Las amigas solteras son las que menos problemas dan: están acostumbradas a la noche, suelen tener enchufe para saltarse las colas en las discotecas, controlan el alcohol que ingiere su cuerpo y saben regresar a casa ellas solitas.
Una vez conocida la lista de asistentes sólo queda encontrar el lugar, he escogido un restaurante de actores donde según me han dicho detendrán a Cris al confundirla con una espía de la Cía. Creo que, en efecto, será una noche imborrable.

lunes, 23 de febrero de 2009

Planes maestros

Odio las bodas (por favor, si alguna vez me da por eso, que alguien me pegue un tortazo y me devuelva a la realidad). Es tanto el trabajo que se requiere para un sólo día, que digo día, medio día, que he llegado a la conclusión de que la recompensa no merece tanto la pena como para pasar por ese calvario.
En realidad, antes de que mi amiga Cris decidiera casarse, yo adoraba las bodas. Me gustaba enfundarme mi disfraz y saludar a esos misteriosos familiares que sólo aparecen cuando hay boda o herencia que repartir. Da igual que sea el sobrino de la hermana de la tía abuela Fernández que vivía en Marte y sólo la vi en una ocasión, en estos actos todos sonríen y se comportan como si recordaran tu nombre. Claro que de las presentaciones ya se encargan las matriarcas, que aunque no sean capaces de recordar lo que han desayunado, su memoria selectiva se encarga de dar todo lujo de detalles sobre la pobre Olivia que aún sigue soltera, la dolorida tía Clotilde o la insoportable tercera mujer del primo Arturo. Increíble pero cierto.
Como iba diciendo, en apenas siete días he llegado a aborrecer las bodas. Cuando Cris me informó de que sería su dama de honor (muy americano por cierto) yo acepté encantada pues es una de mis mejores amigas y llevamos juntas desde el jardín de infancia. Lo que omitió (creo que adrede) es que mi función no consistía únicamente en presentarme el gran día ataviada con un horroroso vestido rosa chicle y abrir su camino hacía el altar. No, mi deber consiste en acompañar, aconsejar y debatir durante horas si las rosas son mejores que los tulipanes para los centros de mesa, probar cincuenta menús para el elegir el más adecuado (tengo que admitir que cenar fuera los próximos dos meses no es que me moleste demasiado), visitar iglesias hasta dar con la más iluminada, mejor decorada y más amplia de la región (que sea una sinagoga, una mezquita o una iglesia ortodoxa griega no parece tener importancia). Las invitaciones son otro suplicio pues hay más de mil entre las que elegir y la cosa va para largo ya que no quiso ni escuchar mi sugerencia de mandar un mail a los invitados. Del vestido mejor ni hablamos, aún no hemos comenzado a recorrer tiendas pero los de los catálogos tienen todos alguna tara: demasiado cortos, simples, recargados, con hombreras, sin mangas, con volantes...
Si en una semana ya estoy agotada no quiero ni pensar cómo estaré cuando se acerque el gran día ¿no os lo he dicho? se casa en mayo, del año 2010. Es que según me ha informado no se puede dejar todo para el último momento...

viernes, 20 de febrero de 2009

A lo loco

¡Me caso! Cuando mi amiga Cris soltó este bombazo casi me muero, literal. Esperó hasta que bebí un trago de zumo para soltarla, y claro, con la impresión mi líquido salió disparado, por la nariz, la boca y ella asegura que también por las orejas.
Tras esta tentativa de homicidio llegaron los besos, abrazos y las lágrimas. Las chicas somos así, sentimentales por naturaleza.
En cuanto oímos la palabra boda pensamos en príncipes azules y caballos blancos (herencia de una infancia con Walt Disney). Cuando creces descubres que el azul no te gusta tanto y que en lugar de príncipes tendrás que conformarte con plebeyos. Rebuscas entre lo que hay y tratas de llevarte el mejor. Cuando consigues al que podría ser el hombre de tu vida (si no bebiese la cerveza por barriles, dejara de ser una chimenea, convirtiera su curva de la felicidad en músculo y un largo etc) decides dar el gran paso de pasar el resto de tu vida con él... (o por lo menos aguantar a regresar de la luna de miel), en ese momentos te sientes como cenicienta . Ellos no. Ellos quedan en un bar y delante de una cerveza alguien suelta «tío tienes mala cara», «lo sé, es que me caso», «lo siento colega a todos nos llega» «Sí eso dicen, ¿otra ronda?».

jueves, 19 de febrero de 2009

Por los pelos

Todo ha vuelto a la normalidad. Cuando el lunes sonó el despertador salté de la cama y con un buen humor desacostumbrado me preparé para ir a trabajar, incluso me pegué un par de canciones en la ducha (no, no tropecé en la bañera y me golpeé la cabeza, es que estaba contenta porque al fin había conseguido dormir ocho horas seguidas).
Que un pingüino me acompañara hasta la parada del bus (por fortuna el frío polar no me trajo un oso), que la lluvia estropeara mis nuevas botas de ante y que tuviera que ir andando al trabajo porque el conductor de turno decidiera saltarse mi parada, no consiguieron estropearme la mañana. No, de eso ya se encargaron mis queridas compañeras nada más pisar la oficina. Las miradas indiscretas y las risas mal disimuladas me dieron una pista de que algo estaba ocurriendo.
Mientras me tomaba un merecido café bien caliente, descubrí el motivo de sus burlas: servidora. En efecto, Chelo, la chismosa del grupo, se acercó para informarme de que corría el rumor de que me había ido a unas vacaciones imaginarias. Boquiabierta, así me dejó. Parece ser que mi aspecto no era el esperado tras unas vacaciones. Había vuelto más pálida, más cansada y, lo más importante, más delgada. Colorada como un tomate (aunque no sé si de ira o de vergüenza) le expliqué a la jefa de las gestapo mis maravillosas vacaciones. Tras un exhaustivo interrogatorio de dos horas, y de ser aceptada como prueba en mi defensa una foto en la salgo con el Timanfaya a mi espalda, quedó convencida.
Ni que decir tiene que mi buen humor se había evaporado por completo antes del medíodía, momento que eligió mi jefe para hacer acto de presencia e informarme de que me daba el resto del día libre «ya sabes, me dijo, por lo de las vacaciones. Hemos pensado que te vendrá bien un poco de tiempo para ir a un spa, relajarte y de paso que te arreglen ese pelo». Por primera vez me miré en un espejo y descubrí que siguiendo mi rutina de los últimos siete días me había saltado el ritual del peine.
Intentando ignorar ese pequeño detalle y concentrarme sólo en la suerte de tener la tarde libre salí corriendo de la oficina. Por supuesto, compré un cepillo de camino porque todo el mundo sabe que no se puede ir despeinado a la peluquería.

Borracha de aburrimiento

Todo el mundo dice que en verano se liga más. Bien pues yo digo que eso no es verdad. A esa frase le falta un pequeño matiz muy importante: en verano se liga más si estas en la playa, con un bronceado de escándalo, llevas puesta una minifalda más corta que un pareo, estás en una discoteca donde no cabe un alma y por tus manos pasan más copas que por las del camarero.
El otro día decidí soltarme la melena y salir a divertirme. Tras unos días insufribles, con más trabajo que una esclava, sudando más que una esclava, comiendo menos que una esclava, durmiendo menos que una... ¡ya me entendéis! me fuí a casa dispuesta a comenzar el ritual del sábado por la noche (era martes pero eso carece de interés porque siempre que nos preparamos para salir nos convertimos en trabajadoras de una cadena de montaje. Todos los pasos son importantes e imprescindibles. no quiero ni pensar en la catástrofe que produciría saltarme alguno de ellos). Acompañada, como si de mi mejor amiga se tratara, de una cervecita bien fresca, llegué hasta mi armario y me senté frente a él (es una costumbre que tengo, conozco mi ropa de memoria (algunas prendas llevan conmigo practicamente desde que nací) pero siempre me quedo observando atentamente por si descubro algún trapito nuevo. Una vez que ningún pantalón ha saltado de su percha para gritarme «eh! ciega que estoy aquí esperándote», comienzo a abrir puertas y cajones, a descolgar perchas, a colarme en las demás habitaciones buscando el modelo adecuado... y cuando de pronto miro el reloj y descubro que han pasado 10 minutos y aún no he encontrado que ponerme (vale puede que sean treinta minutos, quisquillosa) invariablemente voy directa hasta mis vaqueros preferidos y mi camiseta de la suerte y mientras me los pongo pienso «más vale lo malo conocido...». Cuando lo más difícil ya está conseguido, me maquillo y peino a toda prisa y, esta vez sí, en un cuarto de hora ya estoy saliendo por la puerta (si logro enconstrar las malditas llaves que suelen esconderse en los sitios más insospechados).
Bien, el martes pasado iba yo con mi mejor sonrisa dispuesta a comerme el mundo cuando entré en la discoteca, y por primera vez en semanas sentí fresquito (la sonrisa se me había helado en la cara), en serio. Recorrí la sala con la vista y no ví a nadie, ni siquiera un camarero. Ante el sonido de mis tacones recorriendo la pista de pronto apareció un gorila con cara de ¿qué haces tú aquí?, tratando de esquivar esos ojos asesinos me acerqué hasta la barra dispuesta a que me sirviera una copa (las dos horas de preparación se merecían eso por lo menos). Para mi sorpresa, sí había camarero, pero resultaba difícil verle porque tenía la cabeza metida en la cámara de coca-cola. Tras un saludo que pareció más un gruñido y al que yo respondí pidiendo el cóctel que me pareció sería más complicado de preparar, me senté en una banqueta y me dispuse a esperar a que llegara la gente. Sí lo sé, parecía una judiíta en campo de nadie allí sola, pero es el precio que se paga por tener amigos tan crueles que aprovechan sus 15 días de vacaciones para viajar. En fin, al cabo de una hora la puerta se abrió bien pensé ya ha llegado la hora de la marcha pero resultó ser king kong. A los diez minutos, y como parecía que la cosa no iba a mejorar me levanté dispuesta a marcharme. Antes de poder agarrar el tirador éste se estrelló contra mi cara, y entró alegremente un gran grupo de gente. Las lágrimas caían por mis mejillas pero he de reconocer que no sé si eran de dolor o de alegría por ver a tanta gente.
Haciendo acopio de gran valor (para no desmayarme de dolor) me uní a la pequeña fiesta. Tony, el causante de mi nariz de payaso, me invitó a varias rondas para limpiar su conciencia y en poco tiempo ya era una más del grupo, en teoría claro, porque al fijarme un poco más en mis nuevos amigos observé que algo no cuadraba. Fue cuando se me acercó un rubio guapísimo y muy simpático... cuando recordé el consejo de mi amiga Cris «si alguien guapo, macizo y simpático se te acerca, déjalo correr porque no anda por tu acera». En efecto, la fiesta en realidad era una boda y aunque no ligué me lo pasé de miedo.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Sin rumbo

Lo primero para disfrutar de mis merecidas vacaciones es elegir destino. Aprovechando mi primer día de libertad me dirigí a la agencia de viajes dispuesta a encontrar un rincón paradisiaco, apartado de la civilización y al alcance de mi bolsillo, (sí, ya sé que estoy algo anticuada pero si echas un vistazo a mi cuaderno de bitácora comprenderás que no me fíe de la red).
Imaginándome tirada en alguna playa virgen de Jamaica o Cuba, con un daiquiri en la mano y abanicada por algún isleño (tengo sueños de grandeza, me pasa desde niña) entro en la agencia. Mi fantasía se esfuma en cuanto veo la cara de la dependienta (en serio, una superviviente de la inquisición tendría mejor aspecto que ella). Haciendo acopio de mis últimas reservas de optimismo me dirijo con paso firme y sonrisa encantadora hacia mi verduga. Tras explicarle mis planes vacacionales me informa de que: a) El Caribe en esta época es un destino barato pero corro el riesgo de salir volando sin avión, por aquello de los huracanes... b) la edad media que circula estos días por las playas españolas es de 65 años ya que han sido conquistadas por el inserso y c) el resto de destinos que se adecuan a mis necesidades se salen de mi presupuesto.
La bruja Clarisa se queda repantingada en su sillón con, ahora sí, una sonrisa de oreja a oreja. Noto como el rojo, el morado, el naranja e incluso el verde suben a mis mejillas «no puede ser verdad, tiene que haber algo en algún lugar del mundo» pienso mientras me maldigo por haber copiado en todos los exámenes de geografía. De pronto se enciende la bombilla de mi cabeza (cosa extraña porque llevaba fundida unos tres años) «¡las islas!» exclamo a voz en grito, «¡son perfectas, hace calor, están cerca y el único peligro que corro es chocarme con una patera mientras nado!» miro expectante la cara de desilusión de la bruja y descubro que he dado en el clavo ¡ya tengo destino!. Unas dos horas después salgo por la puerta de la agencia con un billete reservado para el día siguiente, unos tickets de hotel que incluyen la pensión completa y unas cuantas excursiones reservadas de antemano para visitar el Timanfaya y la isla de La Graciosa. No lo he dicho, al final he escogido Lanzarote. ¡Por fin tengo mi viaje! de acuerdo, puede que no sean las islas Fiji pero tendré sol, playa, bellos atardeceres, excursiones culturales y chiringuitos donde recalar a tomar una cerveza... ¡y sin tener que lidiar con el diccionario!

martes, 17 de febrero de 2009

Charlas insomnes

¡No estoy sola! Por fin mis amigos han vuelto a casa (como el Almendro) y no precisamente cargados de regalos sino de algo mucho peor… ¡fotografías y videos familiares!
Cuando el lunes pasado encontré en mi correo una invitación de Vane (os acordáis de ella, la que me dejó encargada de sacar a pasear a su caballo) me llevé una gran alegría, por fin la gente dejaría de pensar que era una loca por ir hablando en el autobús (vale, sola y en voz alta, pero es que las costumbres son difíciles de cambiar). En fin, esa tarde salí antes del trabajo y me dirigí a casa de Vane haciendo una lista mental de todas las cosas importantes que habían ocurrido en su ausencia y debía conocer: el nuevo conductor del bus que compartíamos era un suicida que cada mañana trataba de estamparnos contra cualquier coche que se pusiera a su alcance, estaban liquidando nuestra tienda de cosméticos preferida, a la bruja de mi vecina por fin le había dejado su novio y en un ataque de histeria trató de suicidarse saltando dentro del ascensor (grave error porque sólo consiguió que los bomberos que la rescataron tras tres horas de espera se echaran unas carcajadas al encontrarla con rulos y ropa interior).
Cuando abrió la puerta casi caigo muerta de envidia al contemplar su bronceado, no es que hubiera tomado el sol, es que lo había robado, guardado en la maleta, pasado los controles de aduanas y puesto en su salón. Una vez superadas las lágrimas y abrazos (un mes puede ser eterno) pasamos al salón donde me tenía preparada una sorpresa (o tortura, según el punto de vista), había comprado un proyector de diapositivas especialmente para la ocasión. En efecto, pensaba enseñarme y comentarme cada una de las fotografías tomadas durante sus vacaciones, creo que eran unas 2.000, aunque hacía la 150 desconecté de su cháchara (o no recordaba que fui yo quien le recomendó el viaje o pensaba que un país que llevaba 50 años inmutable había cambiado en honor a su visita).
Esto es lo peor de quedarte sin vacaciones, escuchar el parloteo de los que se han ido. Todos te tientan con la idea de que te han traído un detallito para que aceptes la invitación, y después, sin previo aviso te sueltan una charla de 6 horas, es entonces cuando tienes que reprimir el impulso de levantarte y gritar «ya te advertí por teléfono que no compraré la enciclopedia, déjate de rollos y dame de una maldita vez el boli que me prometiste», pero en lugar de eso recuerdas que es una amiga de toda la vida y en lugar de hablar asientes obedientemente mientras planeas la venganza
Una vez concluida la sesión fotográfica, me preparé para recibir mi regalito. Pero resultó que aún no había terminado el clavario. Era el turno del cine (sí también se llevó la cámara de video). Una de las cosas que no entiendo de algunas personas es su afán de grabar paisajes, si quiero un reportaje sobre una ciudad lo compro. Considero que las cámaras deben usarse para guardar momentos divertidos, payasadas de amigos, caídas inoportunas... cosas que cuando se ven 20 años después te hacen reír y recordar lo mucho que disfrutaste de las vacaciones. Pero Vane no es de ésas, ella considera que una hora grabando el paisaje a través de la ventanilla del coche, con mano temblorosa y un fuerte viento como único sonido es un largometraje de Oscar. Tras 4 horas de película muda sin protagonistas la cinta terminó. Entonces sí respiré tranquila porque el infierno había terminado por fin y satisfecha por haber aguantado seis horas ininterrumpidas me dispuse a marcharme (a esas alturas el regalo me daba igual sólo quería escapar). Cuando estaba a un paso de mi libertad, oí a Vane corriendo por el pasillo «Qué te olvidas tu recuerdo», haciendo un esfuerzo sobrehumano me volví con una sonrisa «mujer no tenías que haberte molestado» (¡y una mierda! me lo he ganado, ¡dame mi premio!). Abrir la cajita de cartón fue la gota que colmó mi paciencia, encontrar una cuchara de plata con el escudo de Cuba hizo que se me saltaran las lágrimas. ¿Por qué siempre traen regalos inútiles y horteras que encima debes tener de adorno en el salón para que se vean?. A todos los veraneantes recomiendo: una caja de bombones (que se pueden comer), una camiseta (que se pueden poner) un cenicero (para los que fuman) y si no hay nada que merezca la pena... ¡mejor no traer nada!

lunes, 16 de febrero de 2009

Locura transitoria

¡Me he ido de casa! y con esto no quiero decir que me he independizado (de eso hace ya bastante tiempo) sino que me han echado de mi apartamento. No es que sea una morosa (pago mi alquiler rigurosamente el día uno de cada mes), tampoco soy de ésas a las que la policía visita cada sábado alertados por la estruendosa música que sale por mi ventana, ni siquiera he tenido altercados con los vecinos (y eso que vivo rodeada de víboras). No, me han echado los roedores, esos peludos bichejos de larga cola que se cuelan por todas partes.
El lunes llegué a casa dispuesta a disfrutar de una noche de cine y palomitas. Plan que se truncó cuando al abrir el armario del pasillo me encontré cara a cara con Mickey (sí, la estrella de Disney). No sé quien se asustó más si el intruso o yo, (esta bien fuí yo, el ratón ni se inmutó, se quedo observando como salía corriendo por el pasillo dando saltos y pidiendo auxilio), a duras penas llegué hasta mi móvil y llamé a la policía. Cuando la telefonista respondió el pánico sólo me dejó pronunciar «socorro, socorro tengo intrusos en casa» y tras darle mi dirección atropelladamente colgué y salí de casa disparada, como si en lugar de un ratón hubiera encontrado un tigre de bengala en el pasillo.
No fue hasta que estuve en la calle y traté de encenderme un cigarro (no falla, día que decido dejarlo día que ocurre algo que sólo la nicotina puede apaciguar) cuando descubrí que no había cogido la pitillera, ni el monedero, ni las llaves... «¿Cómo compro ahora tabaco?» fue mi primer pensamiento, (lo de las llaves no eran tan importante puesto que no pensaba entrar hasta que apareciera la policía, unas 2 horas después de mi llamada) pero fumar era vital en aquel instante.
Histérica y derrotada me senté en el bordillo a esperar a mis salvadores, luego me levanté, paseé por la acera, me dí un par de vueltas a la manzana, fuí a la tienda de la esquina a pedir fiado un sandwich y por fin, cuando ya estaba pensando en robar al mendigo de la esquina un par de cartones para acostarme en las escaleras del portal oí el sonido de una sirena, oteé el horizonte y divisé, uno, dos y hasta ¡tres coches de policía!. Llegaron a mi altura y con un estrambótico derrape frenaron (que no aparcaron) en la acera.
Bajaron dos policías de cada vehículo, como si de una película de ganster se tratara y se apostaron a ambos lados del portal con las armas en la mano. Desconcertada por su actitud me acerqué al policía más cercano y pregunté el motivo de tanto alboroto «señora no se acerque, están robando en este edificio y pensamos que los ladrones aún estan dentro» contestó el uniformado. «Soy yo la que ha llamado y les aseguro que el intruso aún está dentro, encerrado en el armario del pasillo, pero no creo que quiera robar». Mi respuesta sorprendió al policía quien me pidió una descripción detallada del roedor, «pues como todos los ratones» contesté desconcertada. Acto seguido los uniformados guardaron sus pistolas echaron unas carcajadas y se largaron aconsejándome llamara a una empresa de exterminación.
Está bien, reconozco que mi reacción pudo ser algo exagerada, (tengo pánico a esos bichos) y quizá llamar a la policía fue demasiado pero de ahí a ser una demente... histérica quizá pero no loca.
En fin me quedé en la calle imaginando lo que mi huésped estaría haciendo a mis zapatos. Ahora lo primero era lograr entrar en la casa. Llamar a los bomberos no me pareció una buena idea después de mi experiencia, trepar hasta el segundo tampoco lo veía viable, sobre todo porque aún no era una superwoman, sólo me quedaba llamar a un cerrajero que rompiera la cerradura. Tras varios intentos fallidos por fin dí con un buen samaritano que accedió a trabajar fuera de horario y se presentó en mi casa con su caja de herramientas. Unos 10 segundos y un punzón bastaron para abrir, perdón romper, la puerta. La factura por sus servicios me asustó más que el ratón pero al menos ahora tenía nicotina.
Comprobé que el inquilino del armario continuaba en su sitio (quizá había emigrado) pero no, es más había elegido mis botas de ante preferidas para traer al mundo a diez hijos ¡era una rata!. Después de vomitar llamé a la protectora de animales desde la cabina de la esquina (olvidé el móvil en mi huida) para ver si podían hacerse cargo de la familia. Con más descaro que educación me mandaron lejos y colgaron. El buzón de los exterminadores me informó que estaban de vacaciones hasta el 20 de agosto, dejé un mensaje con mi dirección y teléfono. Me dirigí a casa, hice el equipaje (sin incluir zapatos, por supuesto) y me largué.Ahora vivo en un hotel y busco apartamento en el centro ¡odio el verano!.

Trabajos forzados

Esta semana la vida me ha enseñado una importante lección que creo debo compartir con todos vosotros. La importancia de decir NO. Cuando alguien te dice con cara de cachorro apaleado aquello de no quiero abusar de ti pero me salvarías la vida si ... hay que ser lista y escaquearte cuanto antes: ¿Has dicho gato? me encantaría pero me dan alergia. Pero no, yo acepté de buena gana sacar a pasear al perro de Vane, poner agua al gato de Javi, recoger el correo de Fátima y hasta me ofrecí para regarle las plantas a Patri.
Visitar a Bongo (el perro de Vane) fue la primera tarea de la lista, (hay que sacarle tres veces al día para evitar que haga sus necesidades en la casa). En fin, el lunes me puse el despertador una hora antes y después de arreglarme para ir a trabajar me dirigí a casa de Patri. En cuanto metí la llave en la cerradura el perro se abalanzó sobre la puerta, me sorprendió la fuerza de sus ladridos porque, que yo supiera, era un Yorkshire monísimo. Por fin logré entrar y la sorpresa fue mayúscula cuando en lugar de encontrar al pequeño Bongo me di de bruces con un caballo, (y no me refiero a un pony de paseo sino a un pura sangre). Negro como el tizón, el perro ciclado (porque esos músculos no pueden ser naturales), me enseñó los dientes y comenzó a gruñir... mierda pensé, éste está con el mono y yo sin un triste gelocatil. Respiré hondo y saqué la correa de mi bolso a lo que Ciclo (este nombre va más con su personalidad) respondió sentándose sumisamente y agachando la cabeza. Tengo que admitir que por un momento contemplé la posibilidad de engancharle unas riendas y salir a cabalgar pero me contuve y dejé que me sacara a pasear. Sí nuestra relación va viento en popa, cada uno sabe cual es su lugar, el perro manda y yo obedezco.
Regar las plantas fue mi siguiente destino, pensé que sería una cosa rápida, claro que mi ex-amiga Patri (después de este golpe la he borrado de mi agenda) no me advirtió de que su casa era un invernadero y no precisamente de geranios. Me costó tres lavadoras quitarme la peste de la ropa, por no decir del peligro de ser pillada infraganti como los ladrones. En fin, el gato de Javi resultó ser un asesino psicópata que cada vez que trataba de entrar en su fuerte (la cocina) me lanzaba arañazos y bufidos. El resultado final fue un suelo con más agua que el Titanic en sus peores momentos. Para concluir el día y terminar mis recados me encaminé a casa de Fátima. A no ser que a esta tía le manden una carta bomba no correré peligro pensé de camino. Y no le mandaron una bomba camuflada en una postal del caribe, no, lo que le mandaron fue una enciclopedia de 18 tomos que el cartero dejó en el portal. ¿Adivináis a quién le tocó subirla hasta el sexto piso? sin ascensor por supuesto. Riiiiing... ¡ha ganado un televisor! sí a mí. A sí que yo lo tengo muy claro y os recomiendo encarecidamente que sigáis mi ejemplo (no este claro) sino lo que voy a hacer a partir de ahora. Decir BASTA. Que me quede sin vacaciones y sin vida social no les da derecho a abusar de mí de esta manera. Cría amigos