viernes, 6 de marzo de 2009

Ejercicio a la moda

Esta semana he descubierto los complicados entresijos que encierra la moda deportiva. Ignorante de mí, pensaba que para hacer deporte y sudar a mares bastaría con mi viejo chándal, una camiseta de propaganda (de ésas que sólo se pueden usar una vez porque no resisten los meneos de la lavadora) y unas deportivas.
En cuanto crucé la puerta del gimnasio noté que algo no encajaba, lo que no me imaginaba es que era yo la que desentonaba. Mientras andaba hacia los vestuarios notaba miradas fijas en mi persona y alguna risa apagada a mis espaldas. Lejos de iniciar una investigación para conocer los motivos de sus burlas decidí ignorarlas y continuar mi camino.
Ya en el vestuario, mientras guardaba mi bolsa en la taquilla, eché discretas miradas a mis compañeras. Boquiabierta descubrí que no sólo sus cuerpos eran esculturales (¿quién se apunta a un gimnasio cuando no dispone de un centímetro de grasa que rebajar?), sino que además iban tan arregladas que por un momento pensé que me había colado en una fiesta (¡hasta las gomas que recogían sus coletas hacían juego con los cordones de sus zapatillas!). Más que un gimnasio aquello parecía una pasarela de moda.
Avergonzada de mi aspecto y sin comprender como había sido tan estúpida como para pensar que el sudor y la moda estaban reñidos, salí disparada de allí.
Cuando la dependienta me vio entrar enseguida adivinó mi emergencia «primer día de gimnasio», comentó meneando la cabeza mientras me hacía una revisión completa. A pesar de saber que se aprovecharía de mi ignorancia (mi aspecto me delataba), enseguida me puse en sus manos.
Mientras me mostraba millones de pantalones, camisetas, tops, sujetadores deportivos, calcetines inoloros y un largo etcétera (¡y yo que pensaba que unas simples mallas bastarían para hacer aerobic!) me fue informando de que necesitaría unos pantalones para cada día «no querrás repetir, ¿verdad?», preguntó alarmada. «En mi opinión, cinco pantalones serán suficientes si los combinas con los complementos adecuados», continuó aconsejándome. Aturdida por tanta información e intentando descifrar lo que significaba aquello de los complementos me preparé para lo peor.
«Si piensa venderme anillos, relojes y pulseras deportivas se va a llevar un chasco», me decía para infundirme valor. Más tarde descubrí que los complemento eran horquillas, muñequeras para el sudor y cintas del pelo, la sorpresa me impidió negarme a comprar esos cachivaches.
Elegir las zapatillas constituyó un gran problema, puesto que aún no había decidido si prefería el step o el espinin (los nombres me sonaban a chino pero no quería mostrar mi gran ignorancia) le pedí unas zapatillas que sirvieran para todo. Ante su mirada de estupefacción decidí mantenerme firme y no comprar los diez pares que me mostraba. Por fin, tras tres horas salí de la tienda perfectamente equipada para sobrevivir en el gimnasio. Miré el reloj y descubrí que era demasiado tarde «mañana empiezo», me dije mientras caminaba hacía casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario