viernes, 13 de marzo de 2009

Enredos

¡Menuda escabechina! Mientras me miraba atónita en el espejo no podía dejar de resoplar (parecía un bufalo preparándose para la embestida, y os aseguro que si llego a tener frente a mi al peluquero lo habría derribado de un solo golpe).
Acababa de llegar a casa, había salido disparada de la peluquería, una mirada de reojo al espejo me había bastado para decidir que no me gustaba el nuevo look, es más lo odiaba, a muerte. Pagué precipitadamente en la caja y corrí las cinco calles que me separaban de mi piso muerta de verguenza. “¿Qué se supone que voy a hacer los próximos seis meses?” “Hablaré con mi jefe y le contaré que tengo un virus infeccioso...quizá me deje trabajar desde casa...” “necesitaré los teléfonos de todos los restaurantes que sirvan a domicilio porque no pienso pisar la calle ni para alimentarme”. Cogí el móvil y pedí a mi amiga María una visita urgente para evaluar los desperfectos. Había llegado hacía quince minutos y desde entonces no había abierto la boca, estaba embobada con una especie de tirabuzón que salía de mi nuca y que, desafiando la ley de la gravedad, apuntaba havía arriba. Por fin tomo aire y comentó “Estas...esto...ejem...diferente...”, “¡Diferente! ¡ponerme flequillo es estar diferente! Haberme convertido en ricitos de oro es un holocausto. “No pagarías al peluquero, ¿verdad?” fue su siguiente pregunta, ante mi mutismo volvió a la carga “Dime que al menos le has achicharrado con el secador... que le has puesto verde delante de las demás clientas...” ante mis ojos llorosos se acerco a mí y sonriendo dulcemente comentó “¡...seguro que no le has dejado propina!”, “No, eso no”. Lo que no le dije es que el nuevo look me había costado tan caro que no me había sobrado ni un mísero euro.
No entiendo a los peluqueros, no sé que tipo de mente retorcida ronda por su cabeza que hace que te dejen trasquilado el flequillo, el lado derecho más largo que el izquierdo, que te corten media melena cuando le has pedido encarecidamente que sólo recorte las puntas... Del color mejor no hablamos porque nunca consigues el tono brillante del muestrario, claro que la culpa la tiene tu cuero cabelludo que tiende a hacer que los marrones se conviertan en naranjas, los rubios en verdes y así sucesivamente.
Unos cuantos lavados después, seguidos de intensas horas de secador, unido al ingenio de mi amiga y miles de orquillas, consiguieron domar mi permanente. Sí, tendría que llevar coleta y pañuelos durante un par de meses, pero al menos podría pisar la calle sin ser el hazmereír del barrio, bueno, dejemoslo en que podría pisar la calle. Eso sí, antes me corto yo el pelo que pisar otra peluquería.

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