lunes, 2 de marzo de 2009

Asignatura pendiente

¡Lo he conseguido! después de dos años por fin he decidido dar el paso. Cada principio de año, cada cumpleaños y cada mes me repetía lo mismo «ahora es el momento, de hoy no pasa», luego miraba mi agenda y decía «hoy no me va bien, mejor empiezo mañana...» y sin darme cuenta he dejado pasar setecientos treinta días.
Una mañana, estaba sentada en la mesa de la cocina comiendo galletas de chocolate, cuando, sin previo aviso, mi conciencia se puso a trabajar. Al principio no me preocupé porque las raras veces en que esto ocurre (normalmente puede más la gula que los buenos propósitos) suelo sobornarla con un «la última, lo juro». Cuando esto no funcionó y la vocecilla únicamente me recordaba «un segundo en tu boca y toda la vida en tus caderas» me asusté, solté el paquete, y decidí que había llegado el momento.
Encontrar el gimnasio perfecto es casi tan difícil como encontrar un par de zapatos que se ajusten a los dos pies a la perfección, (siempre me pruebo las botas en el pie derecho, cuando encuentro unas de mi talla, cómodas y, por supuesto bonitas, me siento tan afortunada que corro hacia la caja registradora con el dinero en la mano. Luego, cuando llego a casa, descubro que son dos botas del pie derecho, en el izquierdo me rozan o me quedan sueltas o, en el peor de los casos, ¡ni siquiera me entran!). Hay que tener mucho cuidado a la hora de elegir gimnasio (o centro de entrenamiento personal, como lo llaman ahora), ya que los próximos meses pasarás mas tiempo en él que en tu sillón.
Al ser mi primera vez, decidí ponerme en manos de profesionales. En menos de una hora se había formado en mi salón una reunión de deportistas sin fronteras. Todas opinaban, me aconsejaban y me recomendaban su gimnasio (cada una uno diferente). Tras tres horas de deliberación (jamás me imaginé malgastando el tiempo de tal forma), de haber recibido un sinfín de galletas integrales, bebidas isotónicas y el abecedario vitamínico, por fin se fueron.
A la mañana siguiente decidí probar suerte en el gimnasio que tengo en la esquina de casa (cuanto más cerca menos excusas para faltar). Lo primero que me llamó la atención fue el fuerte olor a humedad y a sudor. Reprimiendo una arcada me acerqué hasta recepción donde una sonriente gimnasta (apuesto mi vida a que no sabe lo que es un bote de nocilla), me informó de que la tarifa era de 50 euros al mes, «pagar para sufrir», pensé mientras rellenaba el cuestionario de ingreso. Un vez abonado el dinero, la simpática, esquelética y atlética Melisa me hizo una fotografía «esto es para comprobar la eficacia del ejercicio, será el antes y el después», carcomía para mí algo enfurruñada porque me trataran como un instrumento de grasa. «Es para su tarjeta de identificación», me informó Melisa leyendo mi pensamiento. Una vez explicado que esa tarjeta me daba acceso a todas las salas del gimnasio, a todas las clases y derecho a taquilla, cogí un plano y me dispuse a investigar por mi cuenta. Mis pies llegaron hasta la sauna, «bueno, por algo hay que empezar», me dije mientras entraba en la calurosa habitación. «Después de todo puede que esto no esté tan mal...».

1 comentario:

  1. Felicidades sorbitos, y que no decaiga, que mantener el ritmo se hace difícil.

    ResponderEliminar