viernes, 27 de febrero de 2009

El final del camino

Todo ha terminado. Por fin puedo respirar tranquila (bueno respirar). Mientras veía como despegaba el avión en mi boca se dibujó una amplia sonrisa. ¡Ya era hora! Durante los próximos días volveré a ser libre. No es que pida demasiado, poder dormir toda la noche de un tirón sin que el teléfono me despierte cada hora es algo que mi cuerpo necesita para funcionar. Esto ocurrió durante todas las noches de la última semana. En lugar de dormir, a Cris le dio por pensar y a las tres de la madrugada me llamaba para decirme «lo siento pero no me caso, creo que Alberto no es el hombre de mi vida» entonces comenzaba un monólogo en el que enumeraba cada uno de los defectos (imaginarios) de su novio, «que no recuerde el cumpleaños de tu gato no es un defecto», solía decirle yo adormilada. Tras colgar el teléfono (tengo que admitir que no sé decirte como finalizaban estas charlas nocturnas y normalmente descubría que la conversación había acabado cuando volvía a sonar), Cris seguía dándole vueltas a su dilema y unos segundos después volvía a llamarme, «no sé lo que me ha pasado, claro que me caso estoy muy enamorada» y volvía a su monólogo. Al tercer día, estuve a punto de grabar la conversación y dejarla junto a su mesilla de noche con una nota ante la duda pulsa play pero luego recordé que estaba sometida a mucho estrés y era normal que acudiera a mí para desahogarse.
Las llamadas a altas horas de la noche no eran las únicas que recibía. Me metía en la ducha, sonaba el fijo, subía al bus, sonaba el móvil, llegaba a la oficina y la tenía en espera... ¡el cielo me estoy ganando! solía decirme a mí misma para no gritarle a mi amiga que el que su abuela hubiera robado el novio hacía cincuenta años a su prima del pueblo no lo consideraba un problema a la hora de organizar las mesas. En lugar de eso gruñía por lo bajo y le recordaba que la demencia senil de doña Juana jugaba a nuestro favor.
La noche anterior a la boda se produjo la gran crisis. ¡Alberto lo ha descubierto! chillaba una voz en mi oído. Atónita, no lograba entender a qué se refería, mi cerebro funcionaba a destajo para lograr recordar que pecaminoso secreto escondía Cris. «Tiene un amante en el armario» no, ella nunca haría esto, «¡está embarazada!» tampoco eso lo sabría... «abrió el armario y...», «¡mierda es el amante!» pensé horrorizada. «Y... ¡vio el vestido!». La carcajada salió de mi garganta antes de poder atraparla, «y no le gusta», me aventuré a decir. «Nooo ¡es que trae mala suerte!». Escudriñé la habitación en busca de micrófonos y cámaras «tiene que ser una broma». Pero no lo era. Eran las seis de la mañana cuando por fin Cris entró en razón y decidió que no era tan grave, ya que ella había elegido el traje de él.
Pensar que estará casi un mes a miles de kilómetros de distancia me hizo sentir feliz, muy feliz. Quizá me traiga algo bonito de Asia, pensé mientras subía a mi coche.

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