lunes, 16 de febrero de 2009

Locura transitoria

¡Me he ido de casa! y con esto no quiero decir que me he independizado (de eso hace ya bastante tiempo) sino que me han echado de mi apartamento. No es que sea una morosa (pago mi alquiler rigurosamente el día uno de cada mes), tampoco soy de ésas a las que la policía visita cada sábado alertados por la estruendosa música que sale por mi ventana, ni siquiera he tenido altercados con los vecinos (y eso que vivo rodeada de víboras). No, me han echado los roedores, esos peludos bichejos de larga cola que se cuelan por todas partes.
El lunes llegué a casa dispuesta a disfrutar de una noche de cine y palomitas. Plan que se truncó cuando al abrir el armario del pasillo me encontré cara a cara con Mickey (sí, la estrella de Disney). No sé quien se asustó más si el intruso o yo, (esta bien fuí yo, el ratón ni se inmutó, se quedo observando como salía corriendo por el pasillo dando saltos y pidiendo auxilio), a duras penas llegué hasta mi móvil y llamé a la policía. Cuando la telefonista respondió el pánico sólo me dejó pronunciar «socorro, socorro tengo intrusos en casa» y tras darle mi dirección atropelladamente colgué y salí de casa disparada, como si en lugar de un ratón hubiera encontrado un tigre de bengala en el pasillo.
No fue hasta que estuve en la calle y traté de encenderme un cigarro (no falla, día que decido dejarlo día que ocurre algo que sólo la nicotina puede apaciguar) cuando descubrí que no había cogido la pitillera, ni el monedero, ni las llaves... «¿Cómo compro ahora tabaco?» fue mi primer pensamiento, (lo de las llaves no eran tan importante puesto que no pensaba entrar hasta que apareciera la policía, unas 2 horas después de mi llamada) pero fumar era vital en aquel instante.
Histérica y derrotada me senté en el bordillo a esperar a mis salvadores, luego me levanté, paseé por la acera, me dí un par de vueltas a la manzana, fuí a la tienda de la esquina a pedir fiado un sandwich y por fin, cuando ya estaba pensando en robar al mendigo de la esquina un par de cartones para acostarme en las escaleras del portal oí el sonido de una sirena, oteé el horizonte y divisé, uno, dos y hasta ¡tres coches de policía!. Llegaron a mi altura y con un estrambótico derrape frenaron (que no aparcaron) en la acera.
Bajaron dos policías de cada vehículo, como si de una película de ganster se tratara y se apostaron a ambos lados del portal con las armas en la mano. Desconcertada por su actitud me acerqué al policía más cercano y pregunté el motivo de tanto alboroto «señora no se acerque, están robando en este edificio y pensamos que los ladrones aún estan dentro» contestó el uniformado. «Soy yo la que ha llamado y les aseguro que el intruso aún está dentro, encerrado en el armario del pasillo, pero no creo que quiera robar». Mi respuesta sorprendió al policía quien me pidió una descripción detallada del roedor, «pues como todos los ratones» contesté desconcertada. Acto seguido los uniformados guardaron sus pistolas echaron unas carcajadas y se largaron aconsejándome llamara a una empresa de exterminación.
Está bien, reconozco que mi reacción pudo ser algo exagerada, (tengo pánico a esos bichos) y quizá llamar a la policía fue demasiado pero de ahí a ser una demente... histérica quizá pero no loca.
En fin me quedé en la calle imaginando lo que mi huésped estaría haciendo a mis zapatos. Ahora lo primero era lograr entrar en la casa. Llamar a los bomberos no me pareció una buena idea después de mi experiencia, trepar hasta el segundo tampoco lo veía viable, sobre todo porque aún no era una superwoman, sólo me quedaba llamar a un cerrajero que rompiera la cerradura. Tras varios intentos fallidos por fin dí con un buen samaritano que accedió a trabajar fuera de horario y se presentó en mi casa con su caja de herramientas. Unos 10 segundos y un punzón bastaron para abrir, perdón romper, la puerta. La factura por sus servicios me asustó más que el ratón pero al menos ahora tenía nicotina.
Comprobé que el inquilino del armario continuaba en su sitio (quizá había emigrado) pero no, es más había elegido mis botas de ante preferidas para traer al mundo a diez hijos ¡era una rata!. Después de vomitar llamé a la protectora de animales desde la cabina de la esquina (olvidé el móvil en mi huida) para ver si podían hacerse cargo de la familia. Con más descaro que educación me mandaron lejos y colgaron. El buzón de los exterminadores me informó que estaban de vacaciones hasta el 20 de agosto, dejé un mensaje con mi dirección y teléfono. Me dirigí a casa, hice el equipaje (sin incluir zapatos, por supuesto) y me largué.Ahora vivo en un hotel y busco apartamento en el centro ¡odio el verano!.

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