jueves, 19 de febrero de 2009

Borracha de aburrimiento

Todo el mundo dice que en verano se liga más. Bien pues yo digo que eso no es verdad. A esa frase le falta un pequeño matiz muy importante: en verano se liga más si estas en la playa, con un bronceado de escándalo, llevas puesta una minifalda más corta que un pareo, estás en una discoteca donde no cabe un alma y por tus manos pasan más copas que por las del camarero.
El otro día decidí soltarme la melena y salir a divertirme. Tras unos días insufribles, con más trabajo que una esclava, sudando más que una esclava, comiendo menos que una esclava, durmiendo menos que una... ¡ya me entendéis! me fuí a casa dispuesta a comenzar el ritual del sábado por la noche (era martes pero eso carece de interés porque siempre que nos preparamos para salir nos convertimos en trabajadoras de una cadena de montaje. Todos los pasos son importantes e imprescindibles. no quiero ni pensar en la catástrofe que produciría saltarme alguno de ellos). Acompañada, como si de mi mejor amiga se tratara, de una cervecita bien fresca, llegué hasta mi armario y me senté frente a él (es una costumbre que tengo, conozco mi ropa de memoria (algunas prendas llevan conmigo practicamente desde que nací) pero siempre me quedo observando atentamente por si descubro algún trapito nuevo. Una vez que ningún pantalón ha saltado de su percha para gritarme «eh! ciega que estoy aquí esperándote», comienzo a abrir puertas y cajones, a descolgar perchas, a colarme en las demás habitaciones buscando el modelo adecuado... y cuando de pronto miro el reloj y descubro que han pasado 10 minutos y aún no he encontrado que ponerme (vale puede que sean treinta minutos, quisquillosa) invariablemente voy directa hasta mis vaqueros preferidos y mi camiseta de la suerte y mientras me los pongo pienso «más vale lo malo conocido...». Cuando lo más difícil ya está conseguido, me maquillo y peino a toda prisa y, esta vez sí, en un cuarto de hora ya estoy saliendo por la puerta (si logro enconstrar las malditas llaves que suelen esconderse en los sitios más insospechados).
Bien, el martes pasado iba yo con mi mejor sonrisa dispuesta a comerme el mundo cuando entré en la discoteca, y por primera vez en semanas sentí fresquito (la sonrisa se me había helado en la cara), en serio. Recorrí la sala con la vista y no ví a nadie, ni siquiera un camarero. Ante el sonido de mis tacones recorriendo la pista de pronto apareció un gorila con cara de ¿qué haces tú aquí?, tratando de esquivar esos ojos asesinos me acerqué hasta la barra dispuesta a que me sirviera una copa (las dos horas de preparación se merecían eso por lo menos). Para mi sorpresa, sí había camarero, pero resultaba difícil verle porque tenía la cabeza metida en la cámara de coca-cola. Tras un saludo que pareció más un gruñido y al que yo respondí pidiendo el cóctel que me pareció sería más complicado de preparar, me senté en una banqueta y me dispuse a esperar a que llegara la gente. Sí lo sé, parecía una judiíta en campo de nadie allí sola, pero es el precio que se paga por tener amigos tan crueles que aprovechan sus 15 días de vacaciones para viajar. En fin, al cabo de una hora la puerta se abrió bien pensé ya ha llegado la hora de la marcha pero resultó ser king kong. A los diez minutos, y como parecía que la cosa no iba a mejorar me levanté dispuesta a marcharme. Antes de poder agarrar el tirador éste se estrelló contra mi cara, y entró alegremente un gran grupo de gente. Las lágrimas caían por mis mejillas pero he de reconocer que no sé si eran de dolor o de alegría por ver a tanta gente.
Haciendo acopio de gran valor (para no desmayarme de dolor) me uní a la pequeña fiesta. Tony, el causante de mi nariz de payaso, me invitó a varias rondas para limpiar su conciencia y en poco tiempo ya era una más del grupo, en teoría claro, porque al fijarme un poco más en mis nuevos amigos observé que algo no cuadraba. Fue cuando se me acercó un rubio guapísimo y muy simpático... cuando recordé el consejo de mi amiga Cris «si alguien guapo, macizo y simpático se te acerca, déjalo correr porque no anda por tu acera». En efecto, la fiesta en realidad era una boda y aunque no ligué me lo pasé de miedo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario