jueves, 26 de febrero de 2009

Una noche inolvidable

Ha llegado el momento de la venganza. Entre mis quinientas obligaciones de dama de honor se encuentra la preparación de la despedida de soltera y pienso aprovechar esta oportunidad para tomarme la revancha. Es el momento de ridiculizar a la novia, de disfrazarla de conejito de playboy, de hacer que sobre su pecho cuelgue una banda del estilo «antes muerta que soltera», hacer que pase la noche bebiendo de un biberón gigante con forma de pene y de que coma con la boca la imprescindible tarta obscena.
Contrariamente a lo que ellos piensan, pasar la última noche de soltera en un tugurio lleno de humo sobando a chicos sudorosos y ciclados no es el sueño de todas las mujeres.
La despedida conlleva casi más trabajo que la boda y todo debe estar perfectamente planeado para que esa noche se convierta en una noche imborrable en la memoria de la novia. En realidad yo no entiendo por qué Cris tiene tanto interés en celebrar «su última noche de libertad» ya que lleva viviendo dos años con Alberto. Desde mi punto de vista, su vida no va a cambiar mucho por dar este paso, pero cualquier excusa es buena para montar una fiestecilla. Lo primero que hay que tener en cuenta es a las invitadas, y con ello no me refiero al número sino a su edad, estado civil y grado de consanguinidad. Las casadas con hijos son las más peligrosas, porque llevan tanto tiempo sin salir de juerga que al llegar a la discoteca conquistan la pista de baile al ritmo de la Macarena. A las divorciadas se les controlan las copas pues están tan enfadadas con los capullos de sus ex que suelen pasarse con el alcohol y retozar en los rincones con chavalitos que podrían ser sus hijos. A la madre, abuela y sobre todo a la suegra es mejor vetarlas. Un café por la tarde es más apropiado que una noche de desenfreno. Que tu suegra te vea flirtear con un desconocido, es algo que lamentarás toda tu vida (o la suya mejor dicho), no dirá nada a su hijo, le quiere demasiado como para darle ese disgusto sin embargo, a ti te odia hasta el extremo de aprovechar cualquier oportunidad para recordarte esa noche durante los próximos treinta años (eso con suerte). Las amigas solteras son las que menos problemas dan: están acostumbradas a la noche, suelen tener enchufe para saltarse las colas en las discotecas, controlan el alcohol que ingiere su cuerpo y saben regresar a casa ellas solitas.
Una vez conocida la lista de asistentes sólo queda encontrar el lugar, he escogido un restaurante de actores donde según me han dicho detendrán a Cris al confundirla con una espía de la Cía. Creo que, en efecto, será una noche imborrable.

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