lunes, 23 de febrero de 2009

Planes maestros

Odio las bodas (por favor, si alguna vez me da por eso, que alguien me pegue un tortazo y me devuelva a la realidad). Es tanto el trabajo que se requiere para un sólo día, que digo día, medio día, que he llegado a la conclusión de que la recompensa no merece tanto la pena como para pasar por ese calvario.
En realidad, antes de que mi amiga Cris decidiera casarse, yo adoraba las bodas. Me gustaba enfundarme mi disfraz y saludar a esos misteriosos familiares que sólo aparecen cuando hay boda o herencia que repartir. Da igual que sea el sobrino de la hermana de la tía abuela Fernández que vivía en Marte y sólo la vi en una ocasión, en estos actos todos sonríen y se comportan como si recordaran tu nombre. Claro que de las presentaciones ya se encargan las matriarcas, que aunque no sean capaces de recordar lo que han desayunado, su memoria selectiva se encarga de dar todo lujo de detalles sobre la pobre Olivia que aún sigue soltera, la dolorida tía Clotilde o la insoportable tercera mujer del primo Arturo. Increíble pero cierto.
Como iba diciendo, en apenas siete días he llegado a aborrecer las bodas. Cuando Cris me informó de que sería su dama de honor (muy americano por cierto) yo acepté encantada pues es una de mis mejores amigas y llevamos juntas desde el jardín de infancia. Lo que omitió (creo que adrede) es que mi función no consistía únicamente en presentarme el gran día ataviada con un horroroso vestido rosa chicle y abrir su camino hacía el altar. No, mi deber consiste en acompañar, aconsejar y debatir durante horas si las rosas son mejores que los tulipanes para los centros de mesa, probar cincuenta menús para el elegir el más adecuado (tengo que admitir que cenar fuera los próximos dos meses no es que me moleste demasiado), visitar iglesias hasta dar con la más iluminada, mejor decorada y más amplia de la región (que sea una sinagoga, una mezquita o una iglesia ortodoxa griega no parece tener importancia). Las invitaciones son otro suplicio pues hay más de mil entre las que elegir y la cosa va para largo ya que no quiso ni escuchar mi sugerencia de mandar un mail a los invitados. Del vestido mejor ni hablamos, aún no hemos comenzado a recorrer tiendas pero los de los catálogos tienen todos alguna tara: demasiado cortos, simples, recargados, con hombreras, sin mangas, con volantes...
Si en una semana ya estoy agotada no quiero ni pensar cómo estaré cuando se acerque el gran día ¿no os lo he dicho? se casa en mayo, del año 2010. Es que según me ha informado no se puede dejar todo para el último momento...

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